Concentración, trabajo y silencio. Y en la lejanía, como ausente la lluvia, tan solo hizo falta el sonido de un trueno para que como mecha, prenda en la mente un recuerdo.
Hugo levantó la vista de su cuaderno de notas. Enfrente tiene su ventana. Se percata de la lluvía pero las cortinas están echadas. Se levanta y las retira, pero sigue sin ver nada, pues los cristales están empañados. Fija su mirada en el recorrido de tan solo una gota y como por sorpresa su pensamiento lo traslada a una lejana travesía por el Mediterráneo sin la compañía de sus padres… en la que tan solo era un bebé… y de la que ya han pasado veinte años.
Aquella chispa de agua llega al final de su recorrido y Hugo sin salir de aquel pensamiento desliza su mano con piel de ébano por el cristal empañado.
Abajo, en el patio del colegio su querida tutora y maestra Mari Cruz anda con paso firme hacía la estancia donde están las habitaciones de los niños. Ella, como siempre va vestida con su hábito, sus largos calcetines a rayas de colores y sus deportivas blancas, atrás una pareja africana trata de seguirle el ritmo.
No pasó mucho tiempo desde que un Hugo de nueve años oyó tocar a la puerta, para girarse y ver a Mari Cruz asomarse dejando entreabierta la entrada. El chico pudo ver como se quedaba detrás aquella extraña pareja.
La tutora se arrodilló a la altura de Hugo, sus ojos miraban extraños y con los años, el chico pudo entender el por qué. Y es que su expresión era la de una tristeza contenida, toda llena de alegría, como el fútil pensamiento de una madre que se despide de un hijo aún sabiendo que lo va a seguir viendo. La profesora agarra el cordón que el niño lleva atado al cuello para decirle que han encontrado a sus papás.
Hugo mira a través del hombro de Mari Cruz, asombrado, quieto, y sin saber que decir mira a sus progenitores, los cuales no le quitaron el ojo en ningún momento, contenidos de entrar y abrazarlo. Sus corazones latieron tan deprisa que en tan solo un instante estaban enlazados los tres. El niño arropado por el cariño, marcó en su mente para siempre no tan solo aquel recuerdo, sino que también, en él, se despertó la odorama reminiscencia de su nacimiento, de su lactancia, en definitiva, del ser.
El cristal de la ventana no tardó demasiado en volverse a empañar, pero aunque la mirada de Hugo seguía fijada en el vidrio la total opacidad lo despertó de aquella ensoñación. En aquel momento una llamada a la puerta de su habitación sonó y al girarse vio a sus padres asomarse dejando entreabierta la entrada. El chico, pudo ver como se quedaba detrás una familiar pareja, Santi su mejor amigo de la infancia, el cual vino a visitarlo. Y en la distancia unos ojos de fútil tristeza toda llena de alegría, una madre que a su fenecer nunca dejó de estar. Su amigo, le trajo el recuerdo vivo de aquella mujer que en vida siempre veló por él, y que ahora dejó de estar.
Santi pasó el umbral, abrazó a su querido amigo y tomó asiento a un lado de la cama. Tan solo una mirada le bastó para darse cuenta que algo le pasaba a Hugo, y creía saber el qué.
La extrañas, ¿verdad amigo? – Santí le sonreía con condescendencia. Hugo levantó la mirada sonriendo con tristeza, llevando sus ojos a los de su amigo.
Me conoces bien, Santi. Tú, eres una de esas personas que me recuerda a Mari Cruz. Pienso en todo lo que hemos vivido los tres. – Santi con una mirada comprensiva le contestó. – Hugo… yo también sentí su partida. Pero, si bien es cierto yo no viví lo que tú viviste con ella, yo, no siempre estaba, yo, no viví allí. Aún no sé lo que es perder a una madre… pero, sí sé lo inconmensurable de su amor. – Ambos amigos no pudieron dejar de darse un abrazo fuerte, largo y sincero, ante una paz que les aseguraba que siempre estarían juntos a pesar del tiempo y la distancia.