Sara tomó consciencia cuando se arraigó a
la tierra, y de la tierra al cabo de los días
germinó, convirtiéndose en una preciosa
flor de color amarillo.
Cuando estaba bajo tierra toda su función
era la de querer crecer, hacerse grande
sin saber muy bien porqué. Un día pasó
por allí un gusano que con sus patitas
apartaba la arena y cuando este la vio se
paró y la saludó.
– Hola semillita, que reconfortante
es el calor y la humedad de esta
arena ¿no te parece? Preguntó el
señor gusano, a lo que Sara
contestó: – No le quito razón, pero
extraño cosas que no sé que son, y
a pesar de esta felicidad de la cual
estoy agradecida siento cierta
tristeza.
El gusano la miró y como era mucho más
mayor le respondió, – Querida niña, no entristezcas pues solo te quedan días para
salir y contemplar más sobre la
naturaleza, verás al sol allá en el cielo, y
esa visión te dará la luz y la paz que ahora
te falta. La semillita sonrió levemente –
Pues espero que usted tenga razón y
cuando vea a ese señor comprenda sus
palabras.