Tras el anochecer tropecé de frente con la
niebla, para cuando vine a darme cuenta
me vi arropado por ella. Delante de mis
ojos, desnudó la pulcritud de su cuerpo
acabado de salir de la adolescencia.
Abarcado por sus manos, por su torso, por
sus piernas; mi rostro recorría cada palmo
de su piel lechosa. A cada minuto que
yacía, que la acariciaba, mucho más
humedecía, he inspiraba todas y cada una de las esencias del sudor que desprendía.